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  1. Journals

Lo que no ha escrito Garra (I)

Sesion

DÍA UNO A DÍA DOS. Expedición a Cacharros

Quizás lo primero debiera ser indicar que no voy a escribir nada de esto. No se como hacerlo. No soy un puto cronista, y eso si es verdad que los cronistas saben escribir, que esos garabatos que ponen desperdiciendo buen papel, significan algo. Muchas veces pienso que no es cierto. Que es un enorme engaño. Que no significan nada.

A saber. Tampoco es que importe.

Mi nombre es Garra. Y hoy me ha pasado lo más importante que me ha pasado nunca: he salido. Finalmente he salido, y no a los sitios cercanos, sino lejos. Lejos de verdad. A donde El Arca no se veía. Había soñado con eso, con dejar lejos los conocidos muros, los habitáculos inventados para las personas, en donde siempre son las mismas caras. Además, por mucho que la cúpula se empeñe, no había solución. 

Nos estamos quedando sin comida, y por mucho que tengamos el Campo de Cultivo, como no logremos más comida, al ritmo de cadáveres, pronto no quedaremos ninguno. He oido que antes nacía gente. Pero aquí no nace nadie. Solo mueren.

Pero me estoy desviando. Centrémonos. Nos llamó a primera hora uno de los tres jefes, Jefe Genaro, tanto a mi, como a Silencio, a Chicharra y a Leo. Lo que nos tenía que decir era sencillo. Los jefes se estaban moviendo, querían conseguir cosas, encontrar tesoros ahí fuera. Y él quería su parte. Y quería contratarnos para ello. Nos ofrecía cuatro balas. Para mi sorpresa el resto de los invitados mostraron tanto interés como yo en aceptar.

Por todas las habitaciones del Arca, yo lo hubiera hecho hasta si no me ofrecieran balas. Hasta ese momento habíamos estado liados en un proyecto, Defensas, y la verdad es que no iba del todo mal, pero aún faltaba para que estuviera terminado. En fin, salimos. Habían contado conmigo para decidir a donde ir, y sabiendo que cerca del El Arca estaba un sitio donde se rumoreaba que había tesoros, que nadie había logrado aún descubrir, al que llamaban Cacharros, salimos hacia él.

El viaje fue breve. Llegamos primero al bosque de árboles secos que tantas veces, a pesar de la prohibición, algunos merodeadores hemos visitado. Quizás no le dediqué demasiada atención, pero lo cierto es que era zona conocida y relativamente segura, y aunque reconozco que mi interés por descubrir más me hizo relajarme en demasía, no hubo que lamentar ni encuentros ni problemas. Y tras casi la mitad de la mañana desde que partimos, llegamos a nuestro objetivo:  Cacharros. Sentí una enorme satisfacción, que creo, ninguno de mis compañeros podía compartir.

Salir, encontrar, descubrir. Solo eso puede salvarnos a todos. Aunque no es ese motivo el que me impulsa. No es la supervivencia de todos. A ver... prefiero que sobrevivan todos. Excepto Dronko , ese cabronazo gilipollas sabelotodo. Ese bien puede palmarla. No. Lo que quiero es encontrar cosas suficientes para vivir bien yo. Como para poder explorar solo por el placer de hacerlo. Pero vivir bien. Tener un lugar bueno, no esa especie de cubículo cuya única privacidad es la que me da ser de los pocos con alas, y que la gente no tiene ganas de ponerse a trepar como una cucaracha.

Quiero vivir bien. Quiero comprar a Sylvida. Quiero tener un sitio bonito, y no tener que estar siempre preocupado por el papeo y el agua.

Pero vuelvo a perderme. Lo que quiero decir es que ver ese lugar, lleno de esas extrañas estructuras, como edificios pequeños tumbados y cilíndricos, y esa especie de gran estructura casi parecida a El Arca... Joder, fue un puto subidón. Al principio no hubo nada interesante, porque las estructuras cilíndricas tumbadas, salvo ver que eran distintas por uno de los extremos, en donde las zonas abiertas eran más grandes, casi todo el frontal, y donde había como un algo que Chicharra denominó "volante" y unos cuantos aparatos raros. En fin, la verdad es que a mi me parecían como esas latas de refrescos oxidadas, solo que gigantes. Como fuera. Allí no encontramos nada, y eso me decepcionó. La verdad es que estaba más o menos tranquilo porque había logrado al menos descubrir las zonas en las que la jodida descomposición que jode a todo el mundo y los convierte en papilla era menos peligrosa. Pero quería encontrar algo.

Y entonces pasó la magia. Al abrir la puerta de la estructura grande (para lo que Silencio demostró su capacidad, aunque quizás de forma excesiva porque casi desvencijó la puerta) pasó... algo. Magia. Magia terrible. De pronto una luz les daba en la cara, todo se iluminaba, y en vez de todos los restos, se veía gente, niños, personas. Se les veía... comprando. Comprando, viviendo, estando, riendo. Y luego, de pronto, se veía a todos ellos muertos, destruidos, convertidos en cadáveres con expresiones horribles.

Y tras unos instantes, todo volvía a empezar, una vez, y otra y otra. Como era de esperar todos retrocedieron. Yo mismo sentí la necesidad de huir mientras el miedo devoraba toda convicción. Pero decidí seguir. A pesar de todo quería saber. Quería entender. Mi imprudencia tuvo un premio inmerecido. Un cadáver con un arma en la mano, una pistola ya completamente echada a perder. Pero con balas. Me quedé las balas, claro. E, incluso, había unas gafas geniales. Me las llevé también. Las balas, por supuesto, me las quedé. Intenté vender a Silencio las gafas por un buen precio, pero al negarse, decidí que cuando regresara se las daría al Jefe Genaro. Dimos la vuelta al edificio y, al hacerlo, encontramos una puerta trasera. Tras abrirla, esta vez con mejor fortuna, encontramos un verdadero tesoro: toda una serie de artilugios que Chicharra y Leo dijeron que podían servir para cocinar alimentos. ¡Había muchos! Tras un vistazo nos dimos cuenta que necesitaríamos un carro y unos esclavos para poder llevárnoslos. Había caído el día, y viajar por la noche nos preocupaba. Hicimos noche allí, sin problemas. Y a la mañana siguiente no me avergüenza decir que logré que llegáramos sin problemas a El Arca, en menor tiempo del previsible, y además, sabiendo que el bosque de árboles secos no guardaba ningún artefacto de interés.

Tras llegar vimos a varios grupos que iban a salir a otros lugares, pero no parecía que fueran a tener éxito. Sobre todo uno con una barca que, seguro, no iba a poder soportar el viaje por el lago. Fuimos de inmediato a hablar con el Jefe Genaro que, al principio, no parecía que fuera a creernos. Pero al final lo convencimos y también de las posibilidades que se abrían con nuestro descubrimiento. Nos pagó las cuatro balas (salvo a Leo que en ese momento no estaba y dijo que ya se las daría cuando se pasara) y nos prometió también ropas de protección, como premio por nuestros descubrimientos y por el artefacto de gafas que le entregué.

Había sido una buena expedición, eso seguro. Un buen principio.