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Situado en una pequeña colina a las afueras del pueblo, este imponente edificio de mármol blanco es visible desde cualquier lugar del pueblo. Entre sus paredes, media docena de monjes sirve a las órdenes del abad y organizan los rezos y plegarias de los fieles. Aunque tratan de mantener el monasterio tranquilo y silencioso, sin muchos visitantes, es muy común que permitan cobijarse en el interior a pobres y viajeros en las noches frías.
Una vieja casa de dos plantas de aspecto sencillo y sucio alberga en su interior un modesto santuario del dios Erekar. Mannas, archivista y clérigo a partes iguales, guarda en su casa centenares de libros y papiros que compra a los mercaderes que pasan por Antalare. Vive modestamente en el segundo piso de la vivienda, pues la planta inferior ha sido copada por toda su colección de conocimiento.
El edificio de mayor tamaño de Antalare es un edificio cuadrado, de aspecto tosco y que apenas cuenta con ventanas. Junto a sus muros se pueden encontrar unas caballerizas y una explanada de entrenamiento en la que todas las mañanas realizan su entrenamiento los jóvenes reclutas.
Todo el mundo en Antalare conoce así a la enorme avenida que une el camino al norte con el centro del pueblo. Recibe este nombre porque es muy común ver a militares y aventureros deambular por los puestos acompañados del repiqueteo de sus armas y armaduras.
A lo largo de esta calle se sitúan una docena de herrerías y forjas donde los artesanos crean y exponen sus obras.
Construida durante la fundación de Antalare, esta torre de 50 pies de altura y planta cuadrada de 30 pies de lado destaca por encima de los tejados del pueblo. Se encuentra situada en el centro exacto de la localidad, puesto que se han ido edificando todas las casas a su alrededor. Su función no es únicamente colocar el espejo de plata de sir Jojeff a la vista de todos, sino que en ella también se encuentran el ayuntamiento, los juzgados y el calabozo de Antalare, distribuidos en sus cinco pisos.
Un cartel de madera decorado con tres joviales sapos de variopintos colores da la bienvenida a los viajeros que se acercan a esta posada de dos pisos de altura, con paredes de piedra tosca. La pareja que lleva este local ofrece comida y alojamiento a cualquiera que lleve unas monedas encima.